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Gaceta de La Solana

69

Ha sido noticia

P

aulino

S

ánchez

“E

stando Jesús sentado enfren-

te del arca de las ofrendas,

observaba a la gente que iba

echando dinero: muchos ricos echaban

en cantidad; se acercó una viuda pobre

y echó dos reales. Llamando a sus dis-

cípulos, les dijo: “Os aseguro que esa

pobre viuda ha echado en el arca de las

ofrendas más que nadie. Los demás han

echado de lo que les sobra, pero ésta,

que pasa necesidad, ha echado todo lo

que tenía para vivir.” (Evangelio de San

Marcos, capítulo 12).

Este paisaje evangélico narra la obser-

vación que hizo Jesús de esa presencia

humilde e inadvertida de una mujer

viuda, que entregaba su donativo en el

templo, pequeño a los ojos de los hom-

bres, pero grande a los ojos de Dios.

Esa mujer es una de las pocas viudas

anónimas de la que encontramos datos

históricos. Porque viudas en los reinos

hay muchas, a menudo regentes hasta la

mayoría de edad de su primogénito.

Obvia decir que son pocas las que apa-

recen en La Solana, aunque hayan sido

muchas miles las que han pasado por ese

trance. Pero sí hay una solanera viuda con

constancia histórica que vivió en el siglo

XVII. El 6 de mayo de 1610 contrajo ma-

trimonio en nuestra localidad Catalina de

Santos y Santos, que vivía en la calle de

Toledo, actual Don Rodrigo. Su marido,

Juan González de Domingo y García, fa-

llecía poco después y Catalina construyó

durante su viudez en su casa una capilla,

con las imágenes de la Concepción, San

Francisco de Asís y San Antonio de Pa-

dua, que posteriormente quiso transfor-

mar en Beaterio, entonces prohibidos.

Ya en el primer tercio del siglo XVIII se

construyó la ermita de San Miguel, que

estuvo a punto de ser convento de mon-

jas, al donar para ello otra solanera, Isabel

María de Salazar, una elevada cantidad de

dinero. En la actualidad no existe la ermi-

ta, tan sólo el recuerdo para las personas

de cierta edad de la fuente de San Miguel

y la denominación de calle Beaterio, que

conserva precisamente desde finales del

siglo XVII.

Los que tenemos cierta edad podemos

rebobinar en la moviola cerebral y re-

cordar a aquellas mujeres enlutadas, al

más puro estilo Casa de Bernarda Alba,

que para salían a comprar de riguroso

luto, con medias del mismo color, aun-

que fuera julio o agosto. Durante largo

tiempo, esas mujeres no podían asistir a

ningún tipo de espectáculo o diversión,

por completo prohibidos para ellas. Sólo

al cabo de los años, bastantes, podían ir

dejando el luto completo para vestir lo

que se denominaba “medio luto” y mu-

chas, sobre todo las más mayores, se-

guían hasta el final teñidas de negro.

Hasta hace no mucho la mujer casada

no podía tan siquiera disponer de sus

propios bienes sin autorización del ma-

rido. Como tampoco podía emprender

un negocio sin su beneplácito, ni soli-

citar un pasaporte. Hasta bien avanza-

da la década de los ochenta del pasado

siglo, si el marido fallecido era socio de

una cooperativa agrícola, la titular no

aparecía con su nombre y sus apellidos

en el contrato de la entidad, sino que al

nombre del marido se le anteponía el de

“Viuda de…”, lo mismo que en una fá-

brica de hoces y tantos otros casos. Eso

suponía su una invisibilidad legal de por

vida, hasta que la legislación corrigió esa

injusticia y la viuda de pasó a ser socia de

derecho con su propia identidad.

La primera Asociación de Mujeres no

nació en La Solana hasta 1988, hace 27

años. Después han sido muchas las que

se han ido organizando. Y aunque to-

das tienen entre sus socias a viudas, no

fue hasta hace dos años cuando apare-

ció una asociación integrada completa-

mente por mujeres en ese estado civil.

Y cuando se constituyó, las fundadoras

acordaron denominarla de Nuestra Seño-

ra de Peñarroya. Y es que María, la Madre

de Jesús, también vivió parte de su vida

como viuda de San José, aunque no es

muy habitual que el momento de la muer-

te de José el carpintero se refleje en la ico-

nografía, ya que es habitual ver a María y

José camino de Belén, con los Reyes, en la

huida a Egipto o cuando el niño se pierde

en la visita al templo de Jerusalén.

Pero en el interior del Santuario de

Nuestra Señora de la Encarnación de

Peñarroya, en el lado de la Epístola, sí

podemos contemplar una pintura que

entra dentro de las denominadas col-

gaduras, una especie de simulación de

escenario de teatro. La historiadora

Pilar Molina la describe de la siguiente

forma: “En la escena superior encontra-

mos al Arcángel San Gabriel entre nu-

bes de ángeles orantes, ceñida su frente

con una diadema de oro y piedras pre-

ciosas. Con la mano izquierda sujeta un

ramo de azucenas blancas. La escena

inferior representa la muerte de San

José, asistido por Cristo y la Virgen. Un

ambiente celeste, entre nubes y ángeles

cantores, rodea la escena”.

De este modo, los solaneros sí pode-

mos visualizarla cuando accedemos

al interior de la ermita del Castillo de

Peñarroya, construido por la cofradía

solanera. En esa pintura aparece una

mujer viuda, la Virgen María. No ha-

béis podido escoger mejor nombre por-

que María perdió, como vosotras, a su

marido. Adelante.

*

Desde aquellas mujeres enlutadas…

Las mujeres viudas han vivido épocas muy sombrías