LaSolana_N303_Diciembre2023

Gaceta de La Solana 86 Colaboraciones D urante casi cuarenta años, por Na- vidad, volvía -como los corderos- al cálido redil que en la antañona casa del pueblo pergeñaban mis padres. Una suerte de humilde y paternal aprisco fami- liar resuelto, como se podía, en el hogar común de La Solana. Un totum revolutum de padres, hijos, nietos, nuera, yernos... ¡y lo que fuera menester! Aunque mi pobre madre se afanaba -y esmeraba- en dispensar gloria bendita para las comidas de esos días, y mi espo- sa añadía recetas con el perfil e ideario de su cocina catalana, el que triunfaba siempre en toda regla y buena lid era mi cuñado Santos. Lo conseguía con su in- defectible e impar caldereta de cordero manchego. Una clara revelación sensorial para los no creyentes en la resurrección de la carne... ¡guisada! Manejaba Santos en la lumbre de su cocinona, una aseada recetilla del pastoril guisote que, según él, le confió su mentor en culinaria manchega, el bueno del “her- mano Carpinta”; un veterano apóstol de esos de caldero en ristre y versado doctor en guisos camperos; tanto los propios de pastor como los de gañanes y arrieros. La receta, de prolijo proceso por su larga eje- cutoria y menguados ingredientes, exigía el sellado, con aceite de cornicabra bien prensado, de cuarteados dados de sonro- sada carne de cordero recental manchego -conditio sine quanon- bien lavada, des- grasada y salpimentada; amén del añadido de un lento pochado vegetal de abundante cebolla muy trinchada. Siempre ajena al vi- llano ajo, pero con algo más del suficiente orégano, hojitas de laurel, dos cayenas y un menudo pero rubicundo tomate que re- alzara el rojizo color aportado con el espol- voreo del ahumado pimentón de La Vera. El vuelco de un buen vaso de vino blanco y otro aún más generoso de caldo de carne demoraba su lenta cocción más allá de dos horas. Cuando el guisado casi finiquitaba, Santos añadía al caldillo del estofado, como colofón, un párvulo es- cachado de patatas que eran el santo de mi devoción y que, en un suspiro, devo- rábamos todos. Uno, que siempre ha sido algo cocini- llas, intentó, tras la fingida sencillez de la receta, replicarla no pocas veces -dis- pongo de caldero “ad hoc”-, ante el furtivo husmeo de mis colegas catalanes; y aun- que me salía bastante pasable, no daba con el chisque con el que Santos sí atina- ba. Eso sí, tampoco tuve nunca la rosada carne de cordero manchego que, según él, era el santo grial de cualquier caldereta que se precie. Como esto de la caldereta viene de an- tiguo, y siempre estuve al tanto del funda- cional vínculo que en La Solana tuvieron los pastores sorianos, me conminé a pro- bar “in situ” -en Mesón Castellano, So- ria- su caldereta de cordero más común e identitaria... que resultó ser casi idén- tica a aquella que el “hermano Carpinta” Desde mi retiro Caldereta de cordero Demostración de esquile de corderos en La Casota.

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