LaSolana_N303_Diciembre2023

Gaceta de La Solana 76 Caminar y Contar Sobre la antigua zona de las eras de Santa Ana se asienta ahora la Avenida de la Libertad. E ra, en verdad, aquello, lo de bajar a las eras, todo un acontecimiento, tan grande y festivo que lo justo y acertado que tendríamos que decir es eso tan bonito y de cuento: Érase una vez las eras de La Solana, las llanas, las altas, las de la plaza de toros, las de la veguilla, las del barranco del lobo…Eranmuchas, y que sigan ahí convertidas ahora en es- pacios con hermosas casas. Y a lo que íbamos hoy. Dentro de nuestro recuer- do a tantos “santos lugares” de niñez, de escuela, de San Marcos, de pastores, de trilladores, de paseos de los mayores con los pequeños de la familia… Y muy dentro, quizás por ser las que más cerca nos caían, y porque allí, más abajo, esta- ba el campo de “La Moheda”, campo de sueños para tantos muchachos que jugá- bamos con las carteras y abrigos como postes de las porterías, además de dos piedras gordas. Estábamos a todas horas y en todas las estaciones del año en las eras de Santa Ana, llenas de motivos y alicientes en sus alrededores. Quisiéramos no olvidarnos de nada ni de nadie. Las mujeres, primero siem- pre. No bajaban a jugar al fútbol, aún no tocaba, iban nada menos que a co- ser, por si no cosían ya bastante en sus hogares. Daban alegría a esas calles, y cuántas veces subirían y bajarían las famosas e interminables “escalerillas” donde vivía una señora llamada Rai- munda cuya puerta nos envolvía en ricos y muy solaneros olores a cochu- ra… Fue uno de los varios hornos (éste, recordamos, era muy “casero”, sin pan, ni generaciones, pero buenas eran las tortas…) que hubo en los años 60. Al fi- nal de la escalera, a la izquierda, hacia el popular Rasillo Antón Díaz, una cues- tecita —¡Cuántas cuestas a todas las es- paldas, paisanos! Y tan contentos— nos llevaba a una de las muchas zapaterías entrañables que tuvimos antaño; no da- ban abasto aquellos artesanos, jóvenes y veteranos, con las medias suelas, ta- cones, tapas, punteras… y el botijo y la estufa al lado, con unas tertulias que se A las Eras de Santa Ana formaban de campeonato. Y una fuente también, con sus mujeres —y hombres y niños—llenando cántaros por un pu- ñado, más o menos, de chavitos. ¡Ahí quedó eso! Más típico, imposible. Más las tardes al sol, al fresco, a la vida. Una mención a la fragua del jardi- nillo; ahí veíamos entrar a un montón de herreros, casi todos amigos hasta pa- dres e hijos como en tantos oficios. Ya no hay fragua, pero queda el recuerdo a la Rosa del Azafrán, sempiterno ya, y el querido colegio de nuestras monjas que nos enseñaron a leer, a escribir, amén de esa gran palabra llamada disciplina. Y ya falta menos para el camino a las eras. No hubo nombre mejor, desde luego, para rendir un hermoso homenaje a tan- tas mujeres que bajaban, casi siempre en pandilla, o de dos en dos, a la recordada fábrica de don Modesto Navarro e Hijos. Calle de las Costureras. ¡La de veces que las veíamos cuando estábamos en pleno partido! Lo mismo al mediodía que al

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