GACETA DE LA SOLANA 300 MAYO-JUNIO 2023

Gaceta de La Solana 82 Especial 300 Gacetas R ecibo, en esta confusa Cataluña donde habito, la visita, periódica e indefecti- ble, de Gaceta de La Solana. Un espe- rado y bien resuelto pliego de hilvanes y pes- puntes solaneros que confortan y alivian las viejas costuras de mi torpe terno manchego. Uno, que es dado a suponer, imagina que todos los solaneros, por fuerza au- sentes -y somos bastantes-, que reciban Gaceta se alegrarán; y no poco, como me ocurre a mí. Y es que sé, que a muchos, el reiterado envío de ésta les mantiene redivi- vo el cordón umbilical con nuestro pueblo. Aunque como es lógico, la alegría debe ir por barrios, porque no es lo mismo recibirla en Móstoles o Alcalá, que si sientes añoran- za tienes el pueblo a menos de dos horas de camino, que en la bastante más lejana tierra catalana que, de paso, es hostil con nuestra lengua como ocurre donde convivo. Sé que las señas de natura de una per- sona, cuando ésta falta desde muy peque- ña de su lugar de origen, sirven de párvulo enganche para fijar la identidad y perte- nencia a un pueblo, a su cultura y entorno. En mi caso este asunto roza lo paradójico ya que con tan sólo18 meses me llevaron a Lérida y aunque, esporádicamente, volvía en Navidad o la Feria, por mor de la abun- dante familia de mis padres, siempre supe que yo era de este pueblo y, por el contra- rio, un extraño en aquellas lejanas tierras. Mejoró, y no poco, mi condición de sa- berme y sentirme solanero cuando cursé 2º de bachiller en la Academia Minerva -hice 1º en el lejano Valle de Arán- y pro- seguí 3º y 4º en el recién estrenado Mo- desto Navarro. Ni que decir tiene, que la sentencia de Max Aub, de que los hombres somos de donde hacemos el bachillerato, cobra en mí pleno sentido. Peor orientado iba Machado en esto de las identidades por nacimiento, cuando de- cía aquello de que somos de donde desper- tamos “no a la vida, sino al amor...” Uno, que fue en La Solana un jovenzuelo bastan- te formal, decidió no comprometerse con ninguna y, a disgusto, dejó pasar sine die la solanera flecha que le asignó Cupido. Supe unos años más tarde, tras mi ano- dino paso por Ciudad Real, al comenzar la carrera en ese maremágnum de pueblos y “rompeolas de todas las Españas” que es Madrid, que yo era un manchego terciado de Campo de Montiel -mi abuela era cristeña-, pero, incluso en aquel embrollo de identida- des yo me seguía sintiendo solanero. Y desperté, de golpe, de tales temas al comenzar a dar clases en Cataluña, donde resultó que yo “era un mestre castellà” y aquello, que entonces no inquietaba y pa- recía liviano asunto -era entonces Catalu- ña tierra de progreso y libertad-, ya pre- sagiaba los manejos y turbios nubarrones que, por desgracia, ahora sufrimos. Tampoco mejoró mucho mi talante por- que el devenir de los tiempos alivió poco esa ríspida sensación de no encajar ni Desde mi retiro pertenecer del todo al entramado social de la tierra donde habito. Quizás mi claro irredentismo “solanero manchego” nuble mi mente. Con todo eso, más cincuenta años de vida después, escribo para celebrar y agradecer el número trescientos de Gaceta; y conmino a muchos otros solaneros, ausentes de nuestro pueblo como yo, a que requieran larga vida para el persistente latido de esa publicación. Recia válvula que con periódica cadencia in- sufla ese aliento cominero, de ajos, hinojos y berenjenas que anida en el aliño de las pan- zudas orzas de la Feria. Jesús Velacoracho Jareño Villafranca del Penedés

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