GACETA DE LA SOLANA NÚMERO 298

Gaceta de La Solana 45 Caminar y Contar L uis M iguel G arcía de M ora N o sabemos si ha quedado alguno, alguna generación que continúe en aquellos entrañables, familiares y con- curridos talleres de bicicletas que conocimos en pue- blos y ciudades, y hubo bastantes; ya formaban parte del paisaje junto a otros muchos que frecuentábamos en tiempos pretéri- tos, ¡ay!, como las muchas fábricas de hoces de La Solana, por ejemplo, que es donde se desarrolla esta historia. Hemos pen- sado, y además tuvo su taller muy cerca de casa, en uno, y muy bueno, de “los de entonces”, ya retirado hace años, desde los 12 que empezara como aprendiz, recién salido de la escuela, previo paso por el bendito campo y sus recias labores de la trilla bajo el sol manchego de la década de los cuarenta y tantos. Camino de los 87, Francisco Rodríguez-Rabadán Romero, conocido por todos como Paquillo, recuerda con cariño y gratitud a don José Gertrudis, dueño del taller donde lo de arreglar bicicletas era diario y seguido, aunque sin horario, pero un poco menos duro que dando vueltas con la mula. Recordamos a Paquillo, ya en los años 60 en su propio ta- ller, y varios más en distintas calles de la villa. Las bicicletas se agolpaban en las puertas y los dueños esperando que arreglaran el pinchazo, o algo peor. Comenta nuestro amigo que, a veces, iban “a escape” los mecánicos, los “ciclistas”, por supuesto. Era una época aquella de moverse, de ir al trabajo en bicicleta: veía- mos a las gentes del campo, rueda gorda trasera, aguaderas de esparto, una hondísima tradición en La Solana; a pintores de brocha gorda con botes de “Titanlux” y el largo palo de las fa- chadas al hombro, y tan tranquilos con una mano regateando piedras y baches, o barro; a albañiles, herreros o zapateros yendo a sus trabajos, como a practicantes con su milagrosa cartera o maletín, que acudían puntuales a pincharnos, a curarnos la tos, o a decirnos que nos quedáramos en cama dos días. ¡Qué suerte! Y le dábamos las gracias, aunque sintiéramos en el alma estar sin jugar tanto tiempo. su taller. Una vez, un trabajador no pudo pagar su arreglo, pero Paquillo le dijo que no se preocupara, que otro día. Se emocionó el visitante ante el gesto tan humano del mecánico y lo contó rápido a su jefe, quien, muy agradecido igualmente, fue a pagar la pequeña deuda. Tantas bicicletas por susmanos…Y el buen Paquillo, en ratos perdidos –o encontrados– se construyó una para él. Tiempo de noviazgo, pero su novia no vivía en el pueblo, les separaban una docena de kilómetros, y ahí estrenó el novio, a la carrera casi, su gran bicicleta; los sábados procuraba acabar su jornada un poco antes y se iba a verla a una huerta donde trabajaba y vivía con sus padres. Hubo días –y noches– que le daban las 12, con gente esperando sentados en el poyete de la casa del señor cura, frente a su taller. Dice que veía venir a los que salían del cine de la plaza de toros, calle abajo; algunos no se sorprendían al ver- lo: “Buenas noches, Paquillo, que acabes pronto”. Pero también “veía”, mejor oía, cuando venían Valderrama, Molina o Farina al cine Cervantes. Tenía una ventana en el patio que mejor, impo- sible. Se le quedó pequeño el taller y encontró otro y grande, un callejón para él solo. Allí ya tenía hasta motos, motocarros, y, si se descuida, hasta tractores. Lo bautizó el pueblo para siempre como “el callejón del Paquillo”. Natural y merecido. Nos ha enseñado orgulloso sus trofeos, aunque el mejor para él es el cariño que le demuestran todos. Una placa (habíamos puesto “plaza”, la tecla se nos fue a la “z”, qué buena) en el carna- val de 2013 por su original disfraz, junto a su inseparable amigo Diego Ré, el del cine, tantos años ya, como Tip y Coll, y otros muchos, y otra por su amor al Club de Fútbol La Solana, desde muy chico. Paquillo, una vida en el taller de bicicletas Un joven Paquillo, en su taller junto a un niño. Hasta una comadrona hacía sus visitas en bicicleta, debió ser una de las pioneras; después, ya se movía en su Vespa. Y los que venían de fuera. Dice Paquillo que, desde Alicante, llegaba un viajante, cuyo nombre recuerda, en sumoto, a traerlemateriales. Recorría muchos pueblos el hombre. En tiempo de siega llega- ban familias al completo de municipios como Ossa de Montiel o El Bonillo. Largo viaje y en bicicleta, claro, que solía acabar en Subido a una moto en los años 50.

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