GACETA DE LA SOLANA 294

Gaceta de La Solana 102 Caminar y contar De Juan Alfonso, que tanto ha trabajado desde pequeño L UIS M IGUEL G ARCÍA DE LA M ORA D e repente, un amigo. Y nada menos que de la niñez, de los interminables juegos en la ca- lle, de llamar a la puerta y preguntar si estaba… Y a la de Juan Alfonso Izquier- do, natural de La Solana, llamamos más de una vez. Permítanme, de entrada, que les hable de la casa de Juan: Era hermosota, situada en un montículo que, al verla, impresionaba, sobre todo a los niños, que teníamos aquello como una especie de fortaleza para jugar. Le llamábamos el altillo , y había unas cuevecitas y todo, y una portada añe- ja por cuya cerradura, y alguna tabla rota, se veía la gran bodega que debió ser, con sus tinajas, y un carruaje de película del oeste ya muy viajado. Su- cede que hubo un matrimonio en esta villa manchega, los Condes de Casa Valiente, en cuyo palacete y faenas del campo, arando con bueyes, trabajó el abuelo de Juan, llegado de Villanueva de la Fuente, un pueblo cercano. Dice que cuando ha contado por ahí que vivió en una casa que su abue- lo compró a los condes se quedaban asombrados, y más al añadir que la fue pagando a cambio de su jornal. Ni escrituras ni notario. La palabra y unos recibos. Con escudo, además, pluma y tinta. Mil doscientos metros, muy soleada, cerca de la casa seño- rial, que luego fue colegio y hoy sede de festivales de cine y semanas de la zarzuela, amén de Oficina de Turis- mo. De Casa Valiente a casa de José, el afortunado abuelo, y después de los padres de Juan. Recordamos, juegos aparte, a las mujeres de los alrededo- res bordando en la alta y espléndida explanada. ¡Qué estampa! Y vamos con Juan, que tuvo que “aparcar” las tardes heroicas jugando a los indios, al “rescatao”, al banderín o a la pícula porque se lo llevaron al campo. Y la escuela, claro, caso de muchos chicos cuando tocaban labo- res de vendimia, aceituna, y tantas. Con 12 o 13 años se cambiaban de vestimenta. Hasta que un par de años después, o así, se “reenganchaban” a su grupo escolar, y si no era posible, como le pasó a Juan, conocían a otro maestro. En este tiempo, nuestro pro- tagonista aprendió el oficio de pastor, además de estrenarse en otros menes- teres de los que quizá su abuelo le die- ra alguna buena lección, o su padre, que era guarda en “Las alcabaleras”. Y más de una vez coincidieron por la llanura quijotesca y en aquellas comi- das con lumbre, o sol, la sartén con las ricas migas o gachas en medio, y un cigarro encendido con el mechero campero, que no hubo viento jamás que lo apagara. Nos ha enseñado Juan una buena fotografía tomada en una calle de La Solana, con la esbelta torre de fondo, un carro con gaseosas y sifones y un buen compañero, Ángel, junto a él. ¡Habría que hacer tantos homenajes a aque- llos jóvenes que recorrían los pueblos vendiendo tantas cosas! Es como si los estuviéramos viendo. Fue otra buena experiencia en su movida vida. Hizo la maleta, como otros muchos, y se bajó en Altea. Dice que se marchó contento y no estuvo solo. Había allí una legión de paisanos trabajando en la construc- ción. Antes de partir, ya había hecho sus “pinitos” como albañil en una ermita o en la cooperativa “Nuestra Señora de Peñarroya”, sin andamios entonces, a base de palos en las paredes y tablones delgados. Sus manos, tan curtidas ya, dejaron su huella en el cine Avenida, de Benidorm, así como en pueblecitos de la comarca de La Marina, Callosa de Ensarriá y Gata de Gorgos. Y la Vuelta a España, que pasó por allí un sábado y se hizo una foto Luis Ocaña, junto al Peñón de Ifach. Y luego la mili en Al- calá, donde se quedó para trabajar en noventa viviendas junto al Cuartel de la Guardia Civil. Y vuelta al pueblo, hecho un hacha. Entra en la cooperativa de albañiles y trabaja en los planes de empleo del Ayuntamiento. Ah, y con mujeres, de maestro de obras. Juan Alfonso, a la izquierda, con un carro de reparto de gaseosas, tan típicos en los años 60

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