GACETA DE LA SOLANA Nº288

Gaceta de La Solana 93 Colaboraciones se esmeraron en no tardar mucho para ha- cerme notar que era español-. Pasó aquel anodino curso del 64/65 tan pelma y tedioso como era de esperar; sólo me impactó descubrir aquellos celemines plantados de azafrán -violáceos, con su chispeo dorado- que yo desconocía, fiján- dose esa huella en mi memoria. Y poca cosa más, antes de las clases había par- tidillos de futbol en la Lonja y la carasola de la plaza de Don Diego y, con el buen tiempo, todos al parque, a jugar en el Paje- ro con el Curtis de Ricardo. Si llovía, se iba al futbolín alguna vez, y ya, en seco, con la bici los más días. Días que, al menguar, urdían el frío invierno manchego, tan de badila y brasero como de herraj y sabaño- nes, con un sol tornadizo y huero que salía tarde y calentaba poco Y de chicas ¿Qué?, pues de chicas “ná”, o mejor “rien de rien, que ya sabía- mos francés. Y es que la academia era sólo para hombrecitos porque las chicas que hacían bachiller lo estudiaban en el San Luis Gonzaga. Ni que decir tiene que la relación con el otro género era misión imposible y descartable. Nos conformá- bamos con mirarlas los domingos en el tontódromo a hurtadillas, entre risotadas y no poca vergüenza. Por el contrario, hacíamos lo que fuera para congeniar con Juanito Orozco para ir a su casa, y allí ver a su hermana Gloria, que, aunque inalcanzable -era unos años mayor que nosotros-, fue proclamada por el docto sanedrín minervano de 2º, como la chica más simpática y atractiva del pueblo. Mejoró poco tan reprimido asunto en los años siguientes -ya en el Modesto Navarro- porque cuando acabé la revá- lida de 4º, y continúe mis estudios en C. Real, aún perduraba en La Solana aquella represora ley no escrita de: los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, -por mucho que Mike Kennedy intentara reme- diarlo con una de sus canciones-. Yo, que era más arrogante que valentón, cumplí a rajatabla tan severa disciplina y cuando me ausenté definitivamente del pueblo, alcan- cé el torpe record de no haberle dirigido nunca la palabra a la que me gustaba. ¡Co- sas del querer! Cuando Mayo del 65 expiraba, los maestros de la Minerva nos alecciona- ban para distraernos del arisco trago de los exámenes libres. Todo un curso en el envite a una carta y todas las mate- rias en un mismo día; lo ideal para llegar descompuesto. Así que, temerosos, nos proveíamos de un falso valor, cogíamos la “pavilla” del “Cácaro” y arreando, hacia el patíbulo culipardo. No salí malparado de tan inquietante apuesta porque aprobé todo e incluso me permití una vanidad: sacar un sobresalien- te alto. Resultó que Don Agustín, el de geo- grafía, era muy amigo de mi tutor -mi tío Alfonso- y yo, para congraciarme con él -y que no le contase alguno de mis posibles deslices-, me dediqué a estudiar geogra- fía en plan Humboldt, a troche y moche; y como, además, siempre he tenido mucha más memoria que cerebro, pues eso, que me salió fetén y ¡miel sobre hojuelas! En fin, por hoy lo dejo aquí; ya está bien de batallitas de abuelo y de rancias memorias de un ¡sesentón! Jesús Velacoracho Jareño

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