GACETA DE LA SOLANA Nº277

Gaceta de La Solana 37 Colaboraciones Al cole M ARIOLA D ÍAZ -C ANO E n estos días salen los niños en la tele con sonrisas luminosas y dicen entusiasmados que están encantados de volver, que echaban de menos a sus amigos, que las vaca- ciones han sido muy largas. Alguno que otro comenta (pensándolo más despacio) que igual estaba mejor ba- ñándose en la piscina o en la playa, pero las cámaras y los reporteros con alcachofa imponen bastante y el crío añade que, bueno, que sí, que está contento, que se lo va a pasar muy bien en el cole. En fin, es posible que el mundo haya cambiado y a los niños de ahora efec- tivamente les guste volver al colegio, pero sigo dudándolo. Yo, desde luego, no recuerdo sentir ningún entusias- mo o ansiedad. Tampoco me gustaba septiembre, ni madrugar, ni el uni- forme de falda escocesa verde oscu- ro con jersey y calcetines de igual color, pero que sí hacía tanto apaño a nuestras madres (y a las de ahora). Nos llamaban “lagartijas” a las niñas del San Luis Gonzaga, el colegio de las monjas de la Caridad. Ahora es mixto, no hay monjas y los uniformes son menos feos. Pero los niños siguen yendo con sus carteras, sonrisas y cierta expectación. Apenas conservo una única y muy vaga impresión de ser parvulito. Ten- go un poco más claras algunas imáge- nes del cole ‘Doña Crisanta’, en Tome- lloso, y ya más nítidas las de los seis años en el de la calle Embajadores, también en Tomelloso, donde pasé mi primera infancia. Después, al mudar- nos a La Solana, estrené el flamante San Luis Gonzaga, y ya las imágenes son casi de ayer. Sí, de ayer… Pero tengo absolutamente claro que no me gustaba ese primer día ni, en general, eso de tener que ir al colegio. Con lo bien que estaba cada vez que tocaba alguna gripe, unas paperas o algo similar, y tenía que quedarme en casa. Esas mañanas devorando tebeos desparramados en la cama, que leía Promoción de 1984 del San Luis Gonzaga con calma mientras recibía mimos y alguna inyección. Por lo menos con- servo los tebeos, pero hace mucho que no sé de gripes ni de quedarme en la cama leyendo nada. Tampoco me gustaban las matemá- ticas, ni las ciencias naturales, y en lengua tenía manía a los comentarios de textos, pero me encantaba leer en los Senda de Santillana. Lo que son las cosas, ahora me dedico a escribir, redactar y hacer comentarios de pe- lículas o libros. O sea, que aprendí. Recuerdo a la señorita Alfonsa, en segundo, o sor Emilia en tercero, que arrancaba los dientes sin miramien- tos a quienes se los movía, ataba el pelo largo a las que se lo llevaban a la boca y tenía el peor genio del mun- do. Que en gloria esté y nos espere mucho tiempo, como sor María, que daba inglés después de clase (enton- ces se aprendía francés) y me pilló en séptimo haciendo chuletas en un examen. La señorita Manoli, en cuar- to; sor Elia, que colgó los hábitos no mucho después, en quinto. Y ya en segunda etapa, más maestros para diferentes asignaturas, como sor Mª Jesús, Gabriel, Domi, la señorita Jose, sor Isabel, sor Constanza... Y por los pasillos, con sus babuchas y de cami- no a la capilla, sor Josefina, que ya era vieja entonces, todavía puede que se pasee por allí. Y son maestros, lo de profesor vino en el instituto, la universidad y de- rivados. Mi madre lo era, la señorita Toñi, y seguirán siéndolo así, por lo menos para mí y para quienes creci- mos con un respeto especial por su figura y que ahora, empezando por una incomprensible depreciación del término, están tan denostados y poco valorados. Maestros los habrá siempre buenos y malos, mejor o peor preparados, con más o menos vocación, pero igual que profesores, catedráticos, jueces, bomberos o al- bañiles. Sin embargo, me entristece la poca consideración que se les tiene ahora. Recuerdo a mi madre y sé que no le gustaría ver cómo está el pa- norama o el bajo nivel de educación que existe, no solo en conocimientos, sino en lo más básico que es leer y escribir. Internet la hubiera fascina- do, seguro. Ahora se les recuerda con cariño, has- ta a los peores o menos buenos, los de más prejuicios, incluso a los que te pudieron hacer daño en un momento puntual, aunque hay que reconocer que tal consideración solamente se da con el paso del tiempo. En 2014 nos reunimos casi todas las niñas que terminamos la EGB en 1984, o sea, tres décadas después, así que había que celebrarlo. Y duran- te unas horas volvimos a ser niñas, visitamos el cole y nos convertimos en abuelas Cebolletas contando ba- tallas y anécdotas. Lo pasamos me- jor que bien y, para colmo, coinci- dió con mi cumpleaños, así que de verdad fue uno de los mejores que he tenido. Y sí, ahora sí me gustaría acordarme de aquel primer día. Y si no volver, seguir conservando la memoria por muchos años más. Así que a empezar bien el curso, a estudiar razonable- mente y a sacar todo en junio. Dedicado con cariño a todas mis com- pañeras del cole.

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