GACETA DE LA SOLANA Nº272

Gaceta de La Solana 15 Ha sido Noticia A urelio M aroto L a mañana del sábado 14 de abril se levantó algo plomiza. Había llovido el martes y el jueves. Alguien vio a Juan José trasegar gravilla con una pala. Nada raro. Había llenado el remolque del furgón y llegaba a su huertecillo del Ca- mino Santa Inés, donde sembraba toma- tes. Había barro y el vehículo derrapaba. Su siguiente recuerdo es sobre una cama de la Clínica Rúber, intubado y con dos extrañas rajas en su cuerpo, una en el pe- cho y otra por encima del tobillo. Acaba- ban de abrirle para recibir tres bypass en sus arterias coronarias. Cinco días antes había sufrido un infarto de miocardio sú- bito que casi le cuesta la vida. Medio año después, asistimos al reen- cuentro de Juan José Ruiz-Santa Quiteria Díaz-Cano (La Solana, 1952) con uno de sus ángeles de la guarda, Pablo Díaz-Ma- laguilla, policía local. “Tienes mejor cara que la última vez que te vi”, espeta el agente en tono bromista. “Tenía ganas de saludarte, me salvaste la vida, galán”, res- ponde. Minutos después llegó su otro án- gel de la guarda, Carmen Moreno, tam- bién policía local. No siempre los abrazos son así de sinceros. Pablo y Carmen estaban de guardia esa mañana y recibieron la llamada de Juan Antonio ---- , un vecino de parcela y ter- cer ángel de esta historia. Vio cómo Juan José había hecho una extraña maniobra en el repecho del camino. Estaba en el ri- bazo con el coche acelerado. Acudió en seguida y comprobó que había perdido el conocimiento, sin respuesta a los estímu- los. Llamó a la Policía Local, que estaba a pocos metros del lugar. Ya en el suelo y sin pulso, los agentes iniciaron las ma- niobras de reanimación, sin éxito. Era el momento del desfibrilador de dotación, recién adquirido. Pusieron los parches y el aparato solicitó descarga. El corazón de Juan José volvió a latir. Poco después llegaron dos UVI móviles y le estabiliza- ron. Fue evacuado al Hospital General de Ciudad Real. Por fortuna, Juan José fue recuperándo- se y hoy es un hombre nuevo. “Me en- cuentro fenomenal, he vuelto a nacer”. Su mujer, Alfonsa, escucha con atención y asiente. No puede evitar enrojecer sus ojos por la emoción. “Ha sido un mila- gro”, no para de decir. La realidad es que Juan José estuvo más lejos que cerca de este mundo. Sufrió un ataque al corazón muy severo, casi mortal de necesidad. “Si viene directo, viene directo”, se suele decir, pero la di- ferencia fue ese ‘casi’. La casualidad qui- so que un vecino viera el momento del desmayo, que una patrulla estuviera a tiro de piedra, que llevara desfibrilador, que los agentes tuvieran formación para su correcto uso. Unos minutos más y… “Los policías le han salvado la vida a tu marido”, le dijeron los médicos a Alfonsa camino de la UCI. El caso de Juan José Ruíz Santa Quiteria evoca algunas reflexiones que, a estas alturas del artículo, no escapan a nadie. Una, la importancia de tener un buen equipamiento. Un desfibrilador es un aparato de fácil manejo y bajo coste si lo comparamos con el precio de una vida. Se impone su proliferación inmediata en centros deportivos, colegios, deter- minados centros de trabajo y eventos multitudinarios. Dos, la Policía Local es un servicio imprescindible. “Permi- tir que un pueblo como este no tenga policía las veinticuatro horas no tiene ni pies ni cabeza”, insiste Juan José. Por cierto, esa tarde uno de los dos agentes decidió aceptar una guardia extraordi- naria, que perfectamente podría haber rechazado. Y nadie le hubiera reprocha- do nada. Ha pasado medio año y volverán a re- petirse lances de esta naturaleza. Unos terminarán bien, otros no. Pero que su desenlace no tenga que ver con una de- terminada falta de recursos. Nunca más. Regreso a la vida Juan José con Pablo y Carmen, los policías que lo atendieron

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